Como cristiano, no puedo dejar de
buscar cuál es mi postura ante la situación actual de Cataluña. Ya opiné sobre
algunos aspectos de este conflicto hace un par de años en mi Carta abierta a un
amigo catalán. Pero la situación ha llegado a tal grado de tensión que, antes
de seguir, es preciso sopesar las palabras y las actitudes. En un momento en el
que algunos clérigos, religiosos y religiosas catalanes optan por la
independencia o por el derecho a decidir sobre ella y las redes se llenan de
improperios y de mensajes directos o indirectos de unos contra otros, necesito
hacer silencio y abrir el Evangelio.
He aquí algunas ideas que vienen a mi corazón, no sé si del
todo acertadas, pero al menos escritas y compartidas al filo de la historia.
Espero que, si no ayudan a mi lector, al menos no empeoren las cosas. Espero
también que sean un puente de diálogo con mis hermanos y hermanas catalanes de
todos los signos políticos y religiosos.
1. Jesús no
era nacionalista. Así lo vuelve a recordar un teólogo de la talla de José María
Castillo en su artículo Odio las fronteras.
Añado yo que Jesús amó a su pueblo judío y respetó sus costumbres, pero
no mostró amor exacerbado a las concreciones culturales, lingüísticas y
políticas de su grupo étnico.
2. Jesús no
hereda la inquina de los judíos contra los extranjeros. Se siente especialmente
llamado a llevar la buena noticia a su pueblo judío, pero no desdeña sanar a la
mujer siro-fenicia, hablar con los samaritanos, proponerlos como ejemplos en
sus parábolas, aceptar incluso entrar en la casa de los romanos, algo
aborrecible para los fariseos. Su mensaje y su ejemplo son el extremo opuesto
al odio, el racismo o la xenofobia.
3. Jesús no
suscribió las aspiraciones independentistas de su gente, ni aceptó ser
manipulado políticamente por los guerrilleros zelotas que hostigaban al
ejército de ocupación romano. Renunció a ser un Mesías guerrero. Muy al
contrario: fue capaz de mirar al corazón de cada ser humano para descubrir en
cada persona a un hermano o hermana: los fariseos, los pecadores, las
prostitutas, los publicanos, los enfermos y leprosos… y también los romanos,
entre quienes encuentra al Centurión, del que alaba su fe. Para Jesús, por
encima de todo, lo que cuenta es la persona, cada persona, con sus
condicionantes existenciales y culturales. Todos estamos llamados a la
fraternidad.
4. Jesús
denuncia que ningún sistema político puede arrogarse el ser el “Reino de Dios”.
“Mi Reino no es de este mundo”. De allí que pida dar “al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios”. El Evangelio es una espada de doble filo que
corta a todos los sistemas y partidos políticos y les lleva a aspirar a los
valores más universales. La separación de poderes es vital para que la
comunidad cristiana pueda tener suficiente distancia y libertad para elevar su
voz crítica y, a la vez, fraterna y constructiva. Los cristianos somos llamados
a construir la ciudad humana desde el respeto y la cooperación con todos y
todas.
5. Jesús
propugna un modelo político basado en el servicio, la humildad y el bien común.
Frente a sus discípulos, que soñaban con sentarse en una Jerusalén política y
ser primeros ministros, plantea claramente que no imitemos el modo de proceder
de los poderosos de este mundo, que lo que ansían es ser servidos y no servir.
El que desee ser importante, que se ponga a servir a los demás, que busque solo
el bien común, no el particular, no el de mi grupo étnico, mi familia, mi
“gente”.
6. Jesús
toma partido por el débil y el oprimido, el “pobre” que clama a Dios pidiendo
justicia y libertad. El mendigo, el ciego, el marginado, la viuda, el huérfano…
tienen un gran espacio en su corazón compasivo. Él mismo se hace uno con los
últimos de los últimos.
7. Jesús
renuncia a mediar en pequeñas disputas. Ese “oprimido” no es, por ejemplo, el
hermano que discute con el otro por una herencia, en cuyo pleito se niega Jesús
a mediar. Tampoco en sus parábolas toma partido por los trabajadores que han
trabajado más que otros por el mismo salario, o por el hermano que ha
permanecido en casa mientras el otro dilapidaba su herencia. A todos llama a
tener amplitud de miras, magnanimidad y generosidad.
8. Jesús no
crea fronteras y abre la mesa común y fraterna a todos, sin hacer distinciones.
La primitiva comunidad cristiana se caracterizará por no hacer distinciones
entre judíos ni griegos, hombres ni mujeres, esclavos ni libres. Todos son uno
en el amor.
9. Jesús
llama a todos a perdonarse las deudas y las injurias unos a otros. Sin límites,
sin llevar cuenta de las ofensas. Solo el amor construye comunidades y mundos
nuevos. Su gran mandato es el amor “hasta dar la vida”.
10. Jesús
renuncia a toda violencia, de cualquier tipo. Cuando todo está perdido, calla y
confía desde la mayor dignidad que ha podido mostrar un ser humano. En el
Calvario, perdona a quienes le están crucificando. Su vida, entregada desde la
libertad y el amor, se hace semilla de un mundo nuevo.
Supongo que, con estas premisas, Jesús acabaría hoy en
Cataluña como acabó en Jerusalén: crucificado por unos y escupido por otros.
Pero su muerte y resurrección seguirán siendo la esperanza de un mundo mejor
que debemos seguir construyendo. Hoy, también, aquí en España (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su
procedencia).
JUAN YZÚEL